Debes comer para vivir y no vivir para comer. "comer para virir", es disfrutar con mesura de los deleites culinarios y nutrirte adecuadamente. "Vivir para comer", es dedicar tu vida a los desmesurados placeres del buen comer y de la gula, sin importar nutrirte en forma adecuada.
Igualmente debes trabajar para vivir y no vivir para trabajar."Trabajar para vivir", es esforzarse lo justo en el trabajo a fin de cubrir tus necesidades básicas. "Vivir para trabajar" por otra parte, es invertir t vida entera en los arduos trabajos y afanes del mundo moderno , que te exige cada vez más dinero y consumo. Debes soñar para vivir y no vivir para soñar. "Soñar para vivir", es anhelar y que ese anhelo te haga vivir y realizar metas. "Vivir para soñar", es, al contrario, malgastar tu existencia en sueños y palnes que nunca se realizarán.
Debes correr para vivir y no vivir ára correr. "Correr para vivir", es avanzar en tus proyectos y carreras "Vivir para correr", es, en cambio, andar de prisa por la vida sin llegar a ningún lugar.
"El sueño de las palabras" y "La esfinge desnuda", libros de CarlosBalaguer.
Este espacio tiene como fin acercar más los conocimientos a los jóvenes y estudiantes con ganas de aprender más y que sobre todo, les encante leer. Podrán encontrar datos curiosos, temas de discusión, sugerencias de lecturas, sitios web y por qué no, una nueva forma de compartir experiencias. BIENVENIDOS.
domingo, 16 de febrero de 2014
martes, 11 de febrero de 2014
La memoria no es lo primero.
Por: Carlos Arroyo | 21 de marzo de 2013
La memoria da juego en las conversaciones adultas. Cuántas charlas no estarán impregnadas de lamentos por su ausencia, cuando no del pánico ante la posibilidad de que se vaya para no volver. Solo el paso de los años deja asumir su fragilidad, que en realidad es la de nuestras fatigadas redes neuronales.
Nuestros hijos viven ajenos a esa realidad. A menudo sobrevaloran sus posibilidades y pagan inconscientemente las consecuencias, en forma de mediocres resultados, sobre todo en sistemas educativos como el nuestro, que siguen promoviendo el memorismo de forma excesiva. Pero no pretendo centrarme en el sistema educativo: mi objetivo es solo animar a los adultos a convencer a los jóvenes a quienes educan de que venzan la tentación de ponerse a memorizar incluso antes de sentarse ante el escritorio. Porque, para aprender, la memoria no es lo primero.
La lista de los reyes godos, como encarnación de determinado enfoque pedagógico, es un símbolo remoto para la mayoría de las personas. Pero el memorismo, la reivindicación de una añorada enseñanza basada en el recitado o evocación literal de contenidos (hayan sido o no interpretados, comprendidos, analizados y conectados para enganchar nuevos conocimientos), sigue vigente, de forma más sofisticada, en el inconsciente (¿solo en el inconsciente?) de no pocos padres, profesores e incluso estudiantes.
Y nos vemos entonces en una encrucijada. La que se produce entre el memorismo y el “aprendizaje significativo”, que no es incompatible con la memoria, pero se basa esencialmente en la comprensión. Es un dilema sustancial, que ha dado incluso combustible para foguear divergencias políticas sobre la manera de concebir la educación.
Puestos
a elegir, todos preferimos la comprensión. La diferencia es qué proponemos para
cuándo no se alcanza: ¿nos conformamos con memorizar literalmente, o seguimos
trabajando hasta conseguir la comprensión? No es un dilema menor, y podría
reflejarse en paralelo con algunos otros: aceptación sumisa o revisión crítica; reproducción
mecánica o creatividad personal; descripción o indagación. O,
dicho en términos más prácticos: hasta
aquí y a partir de aquí. En fin, cada uno podría idear decenas
de esquemáticos dilemas paralelos.
Pero quizá
necesitemos reorientar el foco hacia la dicotomía comprender / memorizar.
Separemos para luego reunir.- Comprender implica, en su sentido más profundo, tejer una red en la mente en la que se alojan ideas, conceptos, términos, nombres, números o hechos con relaciones bien definidas entre sí (antes/después, causa/consecuencia, mayor/menor, azaroso/causado, más amplio/más restringido, interdependiente/independiente). Esta especie de tela de araña se soporta consistentemente a sí misma y genera eficazmente huecos mentales para comprender, asociar y alojar nuevas ideas. La comprensión da una enorme solidez al conocimiento preexistente y lo proyecta hacia la comprensión de lo nuevo, hacia la exploración de lo desconocido. Un mundo comprendido es un mundo que pide más. Se asemeja al conocimiento científico: solo comprendiendo progresivamente el universo llegamos a ampliar el límite de nuestro conocimiento a zonas inicialmente alejadas incluso de nuestra percepción. Ello no sería posible sin la comprensión y sin el pensamiento derivado de ella. (Nadie se imagina a Newton formulando su Teoría de la Gravitación Universal solo porque de pronto recordó algo estudiado de memorieta).
- Memorizar es una función, idealmente posterior a la de comprender, que resulta imprescindible para que luego podamos recuperar y, por lo tanto, utilizar o aplicar, lo comprendido. En un mundo teórico, si los humanos no pudiéramos memorizar, no podríamos ejercitar casi ninguna función intelectual y, en concreto, las relacionadas con el aprendizaje. Luego no se trata de desvirtuar la palabra, porque memorizar es esencial para un estudiante, siempre que sepa que es necesario, pero no suficiente.
El enfrentamiento encarnado por estos dos términos es un asunto controvertido, pero, en sentido estricto, debería ser considerado un falso dilema. Quiero decir que es erróneo abordar el asunto de forma excluyente, como si uno tuviera que elegir a la fuerza entre uno de los dos términos: o comprender o memorizar. Elegir es perder. Al menos por estos cinco motivos:
- Comprender sin memorizar es quedarse a medias, porque el objetivo del aprendizaje es incorporar las ideas a la mente, no simplemente captar las relaciones entre ellas para dejarlas abandonadas a continuación.
- Intentar comprender sin que la mente se proponga memorizar provoca una caída de tensión intelectual que puede entorpecer el proceso de comprensión. Se trata de dotar a este proceso de un objetivo exigente.
- Memorizar sin comprender (lo que se suele llamar aprender de memorieta, o memorizar a palo seco) es una tarea ardua a poco que el contenido sea complejo, porque los circuitos neuronales no ofrecen gran soporte a aquello que no adquiere relevancia o es significativo por diversos motivos (por ejemplo, porque se entienda bien, porque haya una gran implicación emocional, porque suscite un enorme interés previo, o porque haya resultado sorprendente, grato o incluso traumático).
- Memorizar sin comprender es relativamente fácil solo para contenidos breves y con cierto nivel de relación interna, por parecida razón a la citada anteriormente. Pero es complicado para contenidos largos y no muy claramente conectados
- Con la excepción de aquellas memorias prácticamente de concurso, que se comportan como un super glue con todo aquello que pasa a su lado, memorizar sin comprender no ofrece la menor garantía de permanencia en el tiempo, porque, al estar los conceptos enganchados en la mente prácticamente con alfileres, con las mismas que llegaron se van. Y si lo memorizado no dura en la mente, ¿para qué lo queremos? ¿Para salir del paso de una pregunta o un examen? ¿Ese es el objetivo de la educación a largo plazo? ¿Salir de un apuro o enriquecer el conocimiento del mundo para aportar algo al mundo?
Esa es la estrategia intelectual a seguir para nuestros estudiantes. Porque la comprensión sin memoria es insuficiente y la memoria sin comprensión es dificultosa y poco fiable. Así que no queda más remedio que considerarlas una pareja de hecho encantada de haberse conocido. Pero eso sí: la comprensión, primero.
Es fácil decirlo.
Aplicarlo a fondo a un sistema educativo sería una revolución.
sábado, 8 de febrero de 2014
La muralla china del estudiante.
Por: Carlos Arroyo | 23 de septiembre de 2013
Si no median espadas de Damocles, como una imposición o una obligación externa, y solo dependemos de nosotros, el minuto -1 de cualquier esfuerzo genera de repente un fenómeno gravitacional de alternativas urgentes, a cual de ellas más insignificantes: tentaciones variadas, tuiteos rebosantes de breaking news, distracciones imprevistas, sugerentes facebooks, mails de bajo impacto, chistes whatsappeados sobre Ana Botella, cuestiones que han pasado de reaplazadas a inaplazables, pensamientos fuguistas y desidias camufladas bajo el piadoso manto de el lunes empiezo. Todo ello se condensa en un agujero hipermasivo que nos abduce y nos impide ponernos a la tarea.
Vemos a nuestros hijos como pasmarotes ante esa muralla, o disimulando como pueden su indecisión de ponerse a estudiar (traducido a idioma adulto, su decisión de no estudiar), nos sentimos inquietos y les regañamos con impaciencia. Pero, apelando al arte que tiene Serrat para decir con hermosura lo que todos sabemos y sentimos, “a menudo los hijos se nos parecen…”. Eso es parte del problema: que se nos parecen más de lo que nos gustaría (y eso será materia para otro post). Así que a muchos padres y profesores nos toca lidiar con jóvenes que podrían replicarnos: “Pues anda que tú…”. Lo cual complica la tarea.
Reconozcamos que los jóvenes tienen más a mano la tentación de huir de la próxima tarea, porque estrictamente no rinden cuentas cada día, sino más bien a medio o largo plazo (y, obviamente, no son expulsados por no cumplir con su trabajo). Si a ello se suma que están en una edad de bajo autocontrol, alta tendencia procrastinadora [ver Nota final] y un generalmente precario nivel de entrenamiento estudiantil, se entenderá que su muralla china mida el doble o el triple que la de los adultos del común.
En otros posts hemos analizado la trampa de la multitarea, la procrastinación, la anticipación para el fin de curso, la preparación de los exámenes y la necesidad de un horario de estudio. En todos ellos se dan pautas para evitar los incumplimientos y sus problemas derivados. Ahora nos centraremos en la necesidad de resistir ferozmente la tentación de eludir o retrasar el trabajo. El momento clave de cualquier trabajo es el minuto -1, porque en él se declara la epidemia de esques. ¿Qué son los esques? Se entenderá perfectamente con la ayuda de sinónimos: pretextos, excusas, justificaciones, coartadas, atenuantes, salvedades, triquiñuelas, evasivas, subterfugios y autoengaños. ¿Os suena la lista?
En definitiva, es el arte de la excusa, que se alimenta de pseudoargumentos para no ponerse a estudiar. El de la excusa es un arte burdo, al alcance de cualquiera con medio dedo de frente, así que no tiene ningún mérito (personalmente, hace tiempo que no doy credibilidad a nada de lo que venga detrás de “es que…” salvo en casos muy evidentes). Puestos a elegir entre el esque y el porque, prefiero este último, porque tiene una connotación explicativa, no evasiva. Observemos cuántas veces nos dicen porque y cuántas es que, y eso nos dará una idea de si se trata de buscar y reconocer causas reales o de pasar el consabido estúpido velo.
Pero vayamos de vuelta a la muralla china y veamos cómo podemos ayudar a nuestros hijos a superarla, ya que suelen habituarse a ella con tanta perfección que apenas notan su existencia (ni apenas sus consecuencias).
Mis
recomendaciones son claras, directas y, además, solo dos:
A. El minuto -1 debe recibir
el mismo tratamiento que el minuto
+1: es parte
del tiempo de estudio. No está sometido a opinión, apetencias o
alternativas. Es el final de una
cuenta atrás que ya no tiene marcha atrás. No debe aplazarse,
porque todos deberíasmos ser conscientes de una idea de importancia
capital: el
comienzo de una acción ya es media acción.
Es
más, los estudiantes excelentes suelen entrar en lo que podríamos llamar fase de presintonía
bastante antes del minuto
-1, como esos finalistas de las pruebas atléticas cuando están en
las instalaciones que preceden a la salida a pista. Antes de correr ya están corriendo con el
cerebro. O los corredores de Fórmula 1, que desde la parrilla de salida ya van
por la cuarta curva en su mente. Están “anticipando”
y, por lo tanto, afinando todas sus capacidades. Anticipar
es esencial: así sale todo mucho mejor.
B.
Aplicar
a los distractores iniciales lo que podríamos denominar caseramente el Test del Efecto Multiplicador, que
permite calibrar el impacto (positivo o negativo) de cualquier conducta no
ocasional, sino repetida. Es sencillo: para saber si debes evitar o mantener
una conducta, multiplícala
por el número de veces predecible y solo entonces toma tu
decisión. La idea es que hacer algo una vez no tiene mayor importancia, pero
puede ser muy perjudicial si se repite. Nuestra multiplicación será la lupa que
nos permita calibrar el verdadero impacto.
Imaginemos
que cada vez que uno se va a
poner a estudiar, dedica 10 minutos a juguetear con Facebook. Como hecho aislado no
tiene importancia. Ahora bien, si se repite y se convierte en costumbre, se
genera un hábito que, siendo prudentes, puede suponer 10 minutos unas 220 veces
al año. Lo que parecía un inocente hecho aislado se ve ahora como una sangría
de unas 40 horas de estudio, en torno al 6% o el 7% del tiempo que uno creía
que dedicaba a estudiar. Lo peor es que para muchos jóvenes es una pérdida invisible,
que parece tiempo de estudio, no de Facebook.
Hay
una tercera recomendación, pero esa no es solo para el estudiante, sino más
bien para el resto de la
familia. No contribuyamos con nuestra charla, nuestras
actividades o nuestras actitudes a que esa muralla china de los jóvenes
acreciente su altura y su dificultad. Colaboremos para hacerla más fácilmente
franqueable.
Debemos
reconocer que la muralla del minuto
-1 es mucha muralla, pero no perdamos de vista que es posible
adquirir el hábito de hacerla prácticamente subterránea. Para lo cual, lo primero es reconocer su existencia.
Y después, todo lo demás.
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