Este espacio tiene como fin acercar más los conocimientos a los jóvenes y estudiantes con ganas de aprender más y que sobre todo, les encante leer. Podrán encontrar datos curiosos, temas de discusión, sugerencias de lecturas, sitios web y por qué no, una nueva forma de compartir experiencias. BIENVENIDOS.
martes, 28 de enero de 2014
sábado, 25 de enero de 2014
Estudiantes agotados antes de empezar.
Por: Carlos Arroyo | 20 de enero de 2014
(Adaptación)
A
los profesores de instituto no les exige muchas luces obtener una primera
impresión al llegar cada mañana al centro: les resulta fácil constatar, en los
mismos pasillos, la cara
de sueño, agotamiento, cansancio o desgana de los alumnos. La
tentación inicial quizá sea pensar que, a esas horas, es algo más que normal y,
en buena medida, lo es, por razones de puros biorritmos. Pero considero que su
creciente intensificación es ya un problema grave y de compleja
resolución, ante el cual la
mayoría de los padres, profesores y estudiantes hemos decidido mirar hacia otra
parte.
Nos
costaría imaginar a Iniesta, Costa, Casillas o cualquier jugador suplente de
regional preferente bostezando y arrastrándose por los pasillos del vestuario,
poco antes de empezar el entrenamiento, sin que el míster tomara severamente cartas en el
asunto. Imaginemos lo mismo en el hospital en el que atienden a nuestro
familiar, en la cabina del avión o en el bar de la esquina. Nos quedaríamos de
piedra.
Para
analizar el asunto, comentaré en primer lugar las principales causas de este
epidémico agotamiento matutino, luego me centraré en sus efectos inmediatos y en las
principales consecuencias a medio y largo plazo. Me referiré
después al contexto
negativo que pone cuesta arriba la mejora y haré finalmente alguna propuesta de
actuación.
Antes
de ir a las causas me tomo un instante para matizar que, aunque el problema
toca de cerca el peliagudo asunto de la jornada
continua, lo dejo fuera para centrarme en lo que estudiantes,
padres y profesores pueden hacer
aquí y
ahora para mejorar la situación.
Dicho
lo cual, volvamos a las causas.
Las
hay de varios tipos: las relativas al trasnoche,
la deficiente alimentación y el tono físico por la mañana.
1. Los estudiantes trasnochan demasiado. No hay que buscar
debajo de la cama para encontrar a chicos que se duermen a las dos o las tres
de la madrugada un martes cualquiera. Todos estaremos de acuerdo en que es un
disparate, pero ¿qué se hace para evitarlo cuando ocurre en casa?
Si
ponemos el foco en el software,
las principales causas del trasnoche son el whatsappeo
(o equivalente),
las redes sociales, los juegos electrónicos, y las series y
películas nocturnas.
Si
lo ponemos en el hardware, se
llevan la palma el móvil, el ordenador, las videoconsolas y, algo menos, la
televisión (especialmente en aquellos casos en que la caja tonta está
entronizada en la habitación del joven, lo que considero una barbaridad).
Podríamos
apuntar también algunas razones psicológicas,
algo más evanescentes, como el atractivo que para los jóvenes tiene
el mito de la noche.
Parecen creer que casi todo lo interesante ocurre a esas horas (aunque la
experiencia acaba demostrando la inconsistencia de esa expectativa). Quizá
tenga algo que ver el hecho de que la ausencia de adultos en sus noches les
hace sentirse libres, fuera del control de los mayores. Para ellos, no es poca
cosa.
2. Muchos estudiantes van a clase sin haber desayunado
bien. Es
frecuente encontrar a chicos que aseguran que por la mañana no les entra nada o incluso que
no tienen tiempo de desayunar en condiciones. A estas alturas ya no es preciso
insistir en la importancia capital de un buen desayuno, pero quizá convenga que
padres y madres conviertan esa consabida proclamación teórica en una negociación práctica con
sus hijos. Y lo mismo cabe decir del segundo desayuno
(o almuerzo del
recreo), tan necesario para compensar el gasto energético cuando la jornada
llega a su ecuador.
3. Los estudiantes necesitan adquirir tono físico por la
mañana. Caerse
de la cama y, como quien dice, sentarse en el pupitre para iniciar la jornada
es una mala idea. Una buena ducha matutina, el citado buen desayuno y el
paseíto a pie hasta el colegio (cuando la distancia lo permita) es una buena
opción, aunque haya otras preferencias. Ni que decir tiene que el ejercicio
habitual (no necesariamente por la mañana) contribuye a mantener ese buen tono
físico.
4. Dejo deliberadamente como último punto la
tendencia de algunos chicos a estudiar
de madrugada. En mi opinión es una mala costumbre y,
frecuentemente, una expresión camuflada de un problema de organización, pero
debo reconocer que a algunos, en función de sus personales biorritmos, les
funciona mejor que a otros.
Abordemos
ahora los efectos
inmediatos del agotamiento.
En
mi opinión son al menos una decena de ellos, en su mayoría plenamente
interactivos, y con un impacto en el rendimiento académico muy corrosivo. Los
citaré de corrido, aunque recomiendo leerlos despacito, porque cada uno de
ellos puede ser un torpedo en nuestra línea de flotación: cansancio, sueño,
malestar físico, malhumor, irritabilidad, desmotivación, desconcentración,
falta de resistencia al esfuerzo, mal funcionamiento de la memoria (y,
consecuentemente, deficiencias de aprendizaje) y reducción de la agudeza
intelectual.
A
cual peor, pero me gustaría citar al neurocientífico Francisco Mora, en su
libro Neuroeducación, habla
de la falta de “un sueño profundo suficiente y reparador, mecanismo cerebral esencial para producir y alcanzar la
consolidación de todo lo aprendido de modo relevante durante el
día”.
También
habla el profesor Mora de cómo “una pérdida de sueño de una o dos horas, cuyas
consecuencias no son aparentes en la conducta normal del niño, produce efectos
sobre la velocidad a la que se puede procesar un determinada información y, en
consecuencia, afectar a su memorización”.
“El
sueño es necesario para la consolidación
de la memoria”, como lo es para “mantener niveles de atención sostenida
durante la clase”, afirma Francisco Mora. Y añade: “Es posible seguir una clase
y entender lo que se dice en ella, pero, en ausencia de un buen sueño, lo
aprendido puede no ser memorizado después de forma adecuada”. Dicho lo cual,
solo queda aplicarse el cuento todas las noches.
Todo
esto es lo que puede suceder al día siguiente (en realidad, el mismo día), pero
miremos ahora las consecuencias
a largo plazo, concentradas en solo tres ideas muy generales.
1. Se pierde el tiempo y también se pierde la noción del
tiempo. Soy
consciente de que es opinable, pero esta es mi idea: trasnochar haciendo lo que
hemos descrito es perder el tiempo la mayor parte de las veces (quizá no
siempre). A lo que se suma el hecho de que unas sesiones de clase sin un buen
aprovechamiento son igualmente una excelente manera de perder el tiempo, por
mucho que algunos alumnos ya estén acostumbrados.
Pero
lo peor de perder el tiempo no es el tiempo perdido, sino que uno se acostumbra
a hacerlo y acaba perdiendo la noción de su valor (no se trata de dictaminar en
qué sí debe emplearse; solo de decir en qué no merece la pena malgastarlo).
2. Se pierde la noción de las prioridades personales. La idea de emplear el
tiempo de forma indiferente en cosas que uno considera importantes o en
minucias acaba deteriorando la capacidad para establecer prioridades, una
competencia de alto valor para la vida en general y, específicamente, para la
vida académica y profesional.
3. Se dificulta el aprendizaje y se empeora el rendimiento
académico. No
descansar entorpece seriamente la consolidación del aprendizaje, como ha
quedado establecido, pero también dificulta bastante el aprovechamiento de las
clases. Así que se convierte en un círculo vicioso del que es mejor escapar
cuanto antes. No hay que hacer un gran acto de fe para relacionar deficiencias
de aprendizaje y reducción general del rendimiento académico.
También,
quiero destacar que los estudiantes, se estimulan mutuamente, particularmente
con los dispositivos electrónicos. Si a ello se suma que en los centros no se
suele trabajar este tema (aunque la mayoría de los profesores son conscientes
del problema), es fácil concluir que nada cambiará…
lunes, 20 de enero de 2014
Tus errores son tu gran palanca de aprendizajes
Por: Carlos Arroyo | 15 de julio de 2013
Querido estudiante:
Si el curso te ha ido fabulosamente, puedes sentirte orgulloso y harás muy bien en
darte el gustazo de recrearte en ello. Ahora toca descansar y hacer cosas
apetecibles que te has ganado a pulso. ¡A por ello!
Pero si hay luces y sombras en tus resultados, es mejor que no los tomes como
fenómenos meteorológicos, sobre los que no tienes control, sino como sucesos y
tendencias con causas y consecuencias. Los resultados académicos suelen ser
predecibles, luego es bueno sacar de la batidora justificativa típicos ingredientes
como el azar, la suerte, la manía del profesor o que me salió mal aquel examen.
A esas reacciones las llamo esques (traducido, excusitas). Esque esto, esque
aquello... Por el contrario, lo que te interesa son los porques. Porque tal y porque
cual... Es decir, explicaciones que te permitan comprender lo que pasó y
plantearte en qué cambiar, empezando por las vacaciones.
El tenista David Ferrer, que tuvo el extraordinario mérito de llegar a la final del
último Roland Garros, dijo el día anterior una frase que nos viene que ni
pintada: “Es muy importante equivocarse para luego aprender de los errores”.
En esa ocasión, el único error de David Ferrer fue tener enfrente a Rafael Nadal,
pero volvamos a su declaración. ¿Qué tiene de interesante una frase tan corta?
Daría para muchas ideas derivadas, pero señalemos solo media docena.
1. Desdramatiza los errores al considerarlos inevitables e importantes.
2. Los reinterpreta, al darles valor didáctico y proyectarlos al futuro.
3. Pone de relieve la necesidad de una continua y ágil reflexión autocrítica.
4. Pone el acento en la responsabilidad personal, lejos de la política de balones
fuera (¿te acuerdas de Mourinho?).
5. Resalta la trascendencia de la experiencia práctica como factor primordial
de aprendizaje.
6. Propugna una estrategia de mejora permanente para no repetir errores.
Así que Ferrer se lució, no solo con su tenís, sino también con sus declaraciones.
Para encarar la misma idea con otra perspectiva podríamos echar mano de Albert
Einstein, para quien era de locos hacer lo mismo y esperar distintos
resultados.
Todo esto, para decir que en estos días de descanso te conviene echar la vista
atrás para aprender de tus errores durante el curso. O simplemente de lo que
necesitas mejorar. Y a no tardar mucho, porque si lo dejas para más adelante (ad
calendas graeca (la expresión irónica de lo que nunca llega), estos nueve meses
pasados se convertirán en un paisaje grisáceo en el que no distinguirás la
gimnasia de la magnesia.
Quizá tengas la tentación de decir “¡Bah, ahora que he acabado, no me voy a
poner a calentarme la cabeza…!”. Recordaré lo que dijo Vicente del Bosque
cuando la selección se clasificó para la final de la Copa Confederaciones, tras
ganar a Italia en semifinales. “Nos hemos equivocado" dijo sobre su planteamiento
inicial. "Hemos tenido suerte en los penaltis, cuyos lanzadores los eligió Toni
Grande, que estaba más reflexivo que yo”. ¿Cabe una actitud más reflexiva?
¿Más autocrítica y directa al grano?
En todo caso, no pierdas de vista que, si no sacas conclusiones, sí sacas una
conclusión: que nada cambie; es decir, que las situaciones (y las tendencias) se
mantengan (o se acentúen). Tú verás lo que eso significa en tu caso personal.
Pero si crees que tu trayectoria académica está abocada al cambio, vayamos a lo
práctico. Intentaré ayudarte en tu autodiagnóstico del curso recién acabado con
este simple pero representativo decálogo:
1. Olvídate de responsabilidades o culpas ajenas. Concéntrate en lo tuyo. Lo de
los demás hay que conocerlo, pero no se cambia fácilmente. Así que sé eficiente
y concéntrate en tus responsabilidades.
2. Cada día de clase empieza la noche anterior. ¿Te has cuidado físicamente?
¿Has hecho ejercicio? ¿Has dormido lo suficiente entre semana? ¿O has
trasnochado día tras día? Si llegas a clase cansado, olvídate de tus superpoderes
de concentración, porque no los tienes.
3. ¿Sintonizabas en clase o solías deambular por el espacio sideral? ¿Tomabas el
aula como tu genuino lugar de trabajo o como un purgatorio en el que esperar
el paraíso, la hora de salir? Quien no trabaja en clase tiene dos opciones:
compensarlo con horas extras en casa, o ir malamente a trompicones y
arriesgándose al fracaso. El aula es para ti lo como los estadios a los deportistas.
Ahí no se va a vegetar.
4. ¿Has planificado tus sesiones de trabajo? ¿Has trabajado en casa con
horario predefinido o según la inspiración del momento (esa que nunca llega
cuando se la espera)? ¿Has cumplido con tus sesiones de estudio o has
abandonado a la primera de cambio? ¿Has cortado con WhatsApp, Twitter, Tuenti,
Facebook, Gmail… cuando trabajabas o te has dejado cazar en la trampa de la
multitarea? En definitiva, la pregunta es: ¿te has tomado el trabajo en casa como
se lo toman los profesionales de cualquier actividad o como alguien que disimula
para que le dejen en paz y no le echen broncas?
5. ¿Has abordado los temas con un método de estudio o creías que con una
miradita fugaz se te iban a quedar en la mente casi sin pensar, como en esas
películas fantasiosas? Estudiar sin prelectura, lectura detenida, subrayado,
síntesis, memorización profunda y repasos no es estudiar, es calentar la silla. Si
tienes dudas sobre esto, no te preocupes. Desarrollaremos la metodología del
estudio el curso que viene en el blog.
6. ¿Has dejado la preparación de trabajos y exámenes para el minuto 89 del
partido? ¿Te has creído que hay exámenes lo bastante lejanos para no empezar a
ir trabajándolos ya? Pues me temo que no. Como en tantas cosas de la vida, lo
que todavía parece pronto acaba siendo tarde, si lo que uno quiere es hacer las
cosas bien.
7. ¿Has cuidado especialmente las materias importantes? ¿Cuáles son? Aquí
las tienes. Pero, además de esas, para ti son importantes las que se te den mal,
las que lleves en clara tendencia descendente, al borde del aprobado o con
esporádicos suspensos. Saber cuáles son requiere analizar tus resultados al
menos en los dos últimos cursos. Simplemente analizar la tendencia de una
materia trimestre a trimestre te da mucha más información de la que crees. Y no
todo el mundo lo hace, curiosamente.
8. ¿Cómo vas en trabajos especiales, trabajos en equipo, fluidez con el inglés,
investigaciones personales, presentaciones, intervenciones públicas? Son
competencias todas ellas con un elemento trascendental, la comunicación, que
llegarán a ser imprescindibles, y como tales se te mostrarán cuando menos te lo
esperes. Si no te esmeras ahora en desarrollarlas, cuando las eches de menos es
probable que también sea tarde.
9. ¿Cuáles son tus principales influencias? Me refiero a los círculos de
personas, intereses o actividades en los que te desenvuelves. Creo que es
interesante que hagas una evaluación de su impacto en tu vida cotidiana. Si
alguien o algo saca lo mejor de ti, persevera en ello. Si crees que no es así, al
menos piénsatelo detenidamente. Estoy convencido de que tienes capacidad para
dilucidarlo.
10. ¿Has creído que todos los esfuerzos los hacías por tus padres, por los
profesores, por tu imagen personal? Creo que te vendría muy bien saber que tú
eres el principal beneficiario de tus esfuerzos. Si pierdes eso de vista perderás
motivación y, consecuentemente, capacidad de esfuerzo. Te volverás conformista,
te valdrá con ir tirando y ello te dejará siempre al borde de los problemas.
Vas a estar previsiblemente 20 años estudiando. ¿No merece la pena darle unas
cuantas vueltas a estos puntos? ¿O prefieres volver a empezar en septiembre
como si nada hubiera pasado nada?
Empecé con una frase de David Ferrer y terminaré con otra de su rival en Roland
Garros, Rafael Nadal: “Cuando voy a entrenarme no voy a entrenarme por
entrenarme, sino con una meta. Hay cosas que no sé si podré hacer, pero de lo
que sí estoy seguro es de que puedo intentarlo. El deporte sin metas es estúpido”.
Pues eso mismo cabe decir del estudio, querido estudiante.
Querido estudiante:
Si el curso te ha ido fabulosamente, puedes sentirte orgulloso y harás muy bien en
darte el gustazo de recrearte en ello. Ahora toca descansar y hacer cosas
apetecibles que te has ganado a pulso. ¡A por ello!
Pero si hay luces y sombras en tus resultados, es mejor que no los tomes como
fenómenos meteorológicos, sobre los que no tienes control, sino como sucesos y
tendencias con causas y consecuencias. Los resultados académicos suelen ser
predecibles, luego es bueno sacar de la batidora justificativa típicos ingredientes
como el azar, la suerte, la manía del profesor o que me salió mal aquel examen.
A esas reacciones las llamo esques (traducido, excusitas). Esque esto, esque
aquello... Por el contrario, lo que te interesa son los porques. Porque tal y porque
cual... Es decir, explicaciones que te permitan comprender lo que pasó y
plantearte en qué cambiar, empezando por las vacaciones.
El tenista David Ferrer, que tuvo el extraordinario mérito de llegar a la final del
último Roland Garros, dijo el día anterior una frase que nos viene que ni
pintada: “Es muy importante equivocarse para luego aprender de los errores”.
En esa ocasión, el único error de David Ferrer fue tener enfrente a Rafael Nadal,
pero volvamos a su declaración. ¿Qué tiene de interesante una frase tan corta?
Daría para muchas ideas derivadas, pero señalemos solo media docena.
1. Desdramatiza los errores al considerarlos inevitables e importantes.
2. Los reinterpreta, al darles valor didáctico y proyectarlos al futuro.
3. Pone de relieve la necesidad de una continua y ágil reflexión autocrítica.
4. Pone el acento en la responsabilidad personal, lejos de la política de balones
fuera (¿te acuerdas de Mourinho?).
5. Resalta la trascendencia de la experiencia práctica como factor primordial
de aprendizaje.
6. Propugna una estrategia de mejora permanente para no repetir errores.
Así que Ferrer se lució, no solo con su tenís, sino también con sus declaraciones.
Para encarar la misma idea con otra perspectiva podríamos echar mano de Albert
Einstein, para quien era de locos hacer lo mismo y esperar distintos
resultados.
Todo esto, para decir que en estos días de descanso te conviene echar la vista
atrás para aprender de tus errores durante el curso. O simplemente de lo que
necesitas mejorar. Y a no tardar mucho, porque si lo dejas para más adelante (ad
calendas graeca (la expresión irónica de lo que nunca llega), estos nueve meses
pasados se convertirán en un paisaje grisáceo en el que no distinguirás la
gimnasia de la magnesia.
Quizá tengas la tentación de decir “¡Bah, ahora que he acabado, no me voy a
poner a calentarme la cabeza…!”. Recordaré lo que dijo Vicente del Bosque
cuando la selección se clasificó para la final de la Copa Confederaciones, tras
ganar a Italia en semifinales. “Nos hemos equivocado" dijo sobre su planteamiento
inicial. "Hemos tenido suerte en los penaltis, cuyos lanzadores los eligió Toni
Grande, que estaba más reflexivo que yo”. ¿Cabe una actitud más reflexiva?
¿Más autocrítica y directa al grano?
En todo caso, no pierdas de vista que, si no sacas conclusiones, sí sacas una
conclusión: que nada cambie; es decir, que las situaciones (y las tendencias) se
mantengan (o se acentúen). Tú verás lo que eso significa en tu caso personal.
Pero si crees que tu trayectoria académica está abocada al cambio, vayamos a lo
práctico. Intentaré ayudarte en tu autodiagnóstico del curso recién acabado con
este simple pero representativo decálogo:
1. Olvídate de responsabilidades o culpas ajenas. Concéntrate en lo tuyo. Lo de
los demás hay que conocerlo, pero no se cambia fácilmente. Así que sé eficiente
y concéntrate en tus responsabilidades.
2. Cada día de clase empieza la noche anterior. ¿Te has cuidado físicamente?
¿Has hecho ejercicio? ¿Has dormido lo suficiente entre semana? ¿O has
trasnochado día tras día? Si llegas a clase cansado, olvídate de tus superpoderes
de concentración, porque no los tienes.
3. ¿Sintonizabas en clase o solías deambular por el espacio sideral? ¿Tomabas el
aula como tu genuino lugar de trabajo o como un purgatorio en el que esperar
el paraíso, la hora de salir? Quien no trabaja en clase tiene dos opciones:
compensarlo con horas extras en casa, o ir malamente a trompicones y
arriesgándose al fracaso. El aula es para ti lo como los estadios a los deportistas.
Ahí no se va a vegetar.
4. ¿Has planificado tus sesiones de trabajo? ¿Has trabajado en casa con
horario predefinido o según la inspiración del momento (esa que nunca llega
cuando se la espera)? ¿Has cumplido con tus sesiones de estudio o has
abandonado a la primera de cambio? ¿Has cortado con WhatsApp, Twitter, Tuenti,
Facebook, Gmail… cuando trabajabas o te has dejado cazar en la trampa de la
multitarea? En definitiva, la pregunta es: ¿te has tomado el trabajo en casa como
se lo toman los profesionales de cualquier actividad o como alguien que disimula
para que le dejen en paz y no le echen broncas?
5. ¿Has abordado los temas con un método de estudio o creías que con una
miradita fugaz se te iban a quedar en la mente casi sin pensar, como en esas
películas fantasiosas? Estudiar sin prelectura, lectura detenida, subrayado,
síntesis, memorización profunda y repasos no es estudiar, es calentar la silla. Si
tienes dudas sobre esto, no te preocupes. Desarrollaremos la metodología del
estudio el curso que viene en el blog.
6. ¿Has dejado la preparación de trabajos y exámenes para el minuto 89 del
partido? ¿Te has creído que hay exámenes lo bastante lejanos para no empezar a
ir trabajándolos ya? Pues me temo que no. Como en tantas cosas de la vida, lo
que todavía parece pronto acaba siendo tarde, si lo que uno quiere es hacer las
cosas bien.
7. ¿Has cuidado especialmente las materias importantes? ¿Cuáles son? Aquí
las tienes. Pero, además de esas, para ti son importantes las que se te den mal,
las que lleves en clara tendencia descendente, al borde del aprobado o con
esporádicos suspensos. Saber cuáles son requiere analizar tus resultados al
menos en los dos últimos cursos. Simplemente analizar la tendencia de una
materia trimestre a trimestre te da mucha más información de la que crees. Y no
todo el mundo lo hace, curiosamente.
8. ¿Cómo vas en trabajos especiales, trabajos en equipo, fluidez con el inglés,
investigaciones personales, presentaciones, intervenciones públicas? Son
competencias todas ellas con un elemento trascendental, la comunicación, que
llegarán a ser imprescindibles, y como tales se te mostrarán cuando menos te lo
esperes. Si no te esmeras ahora en desarrollarlas, cuando las eches de menos es
probable que también sea tarde.
9. ¿Cuáles son tus principales influencias? Me refiero a los círculos de
personas, intereses o actividades en los que te desenvuelves. Creo que es
interesante que hagas una evaluación de su impacto en tu vida cotidiana. Si
alguien o algo saca lo mejor de ti, persevera en ello. Si crees que no es así, al
menos piénsatelo detenidamente. Estoy convencido de que tienes capacidad para
dilucidarlo.
10. ¿Has creído que todos los esfuerzos los hacías por tus padres, por los
profesores, por tu imagen personal? Creo que te vendría muy bien saber que tú
eres el principal beneficiario de tus esfuerzos. Si pierdes eso de vista perderás
motivación y, consecuentemente, capacidad de esfuerzo. Te volverás conformista,
te valdrá con ir tirando y ello te dejará siempre al borde de los problemas.
Vas a estar previsiblemente 20 años estudiando. ¿No merece la pena darle unas
cuantas vueltas a estos puntos? ¿O prefieres volver a empezar en septiembre
como si nada hubiera pasado nada?
Empecé con una frase de David Ferrer y terminaré con otra de su rival en Roland
Garros, Rafael Nadal: “Cuando voy a entrenarme no voy a entrenarme por
entrenarme, sino con una meta. Hay cosas que no sé si podré hacer, pero de lo
que sí estoy seguro es de que puedo intentarlo. El deporte sin metas es estúpido”.
Pues eso mismo cabe decir del estudio, querido estudiante.
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